(De la redacción de DOBLE AMARILLA) Es argentino de nacimiento, pero todos piensan que es mexicano. Así de particular es todo lo que rodea a Carlos Agustín Ahumada Kurtz, un hombre que nunca pasa desapercibido. Empresario, con relaciones con la minería y la construcción, que fundó un medio de comunicación y que incursionó en el fútbol, una, dos, tres, cuatro y hasta cinco veces, siempre en diferentes clubes. Lo que se dice un todo terreno.

Polémico. De especial aura para no pasar desapercibido. En sus épocas de dirigente de Estudiantes de San Luis (el equipo “preferido” de Grondona, según se descubrió en unas escuchas donde Don Julio sugería a un interlocutor relacionado con la designación de pitos que “es el único equipo que me interesa”), cuando la silueta de “el mexicano” asomaba por el tercer piso de la AFA, todos se daban vuelta y lo saludaban afectuosamente. Ascendió tres años seguidos y llevó a Estudiantes a la B Nacional. Pocas veces se lo veía hablando por teléfono en público. Caballero con las damas y cordial con los hombres, o por influencia o por temor, todos se le acercaban.

Antes de comandar al exitoso elenco puntano, estuvo su paso por Talleres, el descenso al Argentino A en 2009 (con Humbertito Grondona de DT) y la profunda crisis económica que lo terminó expulsando de la provincia mediterránea. Algo parecido había pasado en México, años atrás, cuando las autoridades del fútbol de ese país no habían permitido que tenga injerencia en los clubes de Primera División tras sus etapas en el León y en el San Laguna. En esa época la agencia EFE no tuvo empacho en relacionar los nuevos tiempos del fútbol mexicano a la aparición del crimen organizado y el nombre de Ahumada estaba entre los investigados. Ese fue el motivo principal por el cual las autoridades vetaron su nombre en la elite dirigencial.

En el León fue cuando más notoriedad tomó: se lo vinculo a “regalos” a diferentes protagonistas, junto a Edgardo Codesal, el uruguayo – mexicano que arbitró la final del Mundial 90. La difusión de los apuntes de la agenda de una de sus secretarias lo condenó en aquel momento.

Si de condenas se trata, el bueno de Ahumada Kurtz pasó por varias. Ninguna como aquella que la llevó a la cárcel en México. Acusado de sobornos y de ligazón con el Cartel de Juárez, por las dudas, se coció la boca (literal), para dejar en claro que no iba a incriminar a nadie con su declaración. Nunca se confirmó quién o quiénes eran los destinatarios de semejante “indirecta”.

De varios tendales en su haber, lo detuvo Interpol en Buenos Aires por los números en rojo del León mexicano, mientras intentaba escaparse en el auto de su chofer, que era un ex jugador de Primera División de Argentina, Martín Vilallonga. Luego, vino la historia conocida de Talleres, su mudanza a San Luis, su relación (y luego distancia) con los Rodríguez Saa en Juventud Unida Universitario, y su posterior arribo a Estudiantes. Se fue en 2016, el equipo deambulaba en la tabla, los números no cerraban y ya nada era lo que había sido.

A secas, todos le dicen “Ahumada”. Un hombre que pasó la barrera del desconocimiento. Todos, con sólo decir su nombre o su apodo, saben de quien se trata. Eso explica todo. Por eso, no importa si es de un país o de otro. Importa la historia, que como el personaje, no pasará nunca desapercibida.