La Copa del Mundo 2022 probablemente haya sido la alegría más grande en años para la República Argentina. Que digo en años, en décadas. Y si hilamos finitos, fue la sonrisa más estirada que tuvimos como país 36 años después de lo que fue México 86. Es fácil de comprobar, alcanza con ver lo que fueron las calles. Más de 5 millones inundaron las calles el martes 20 de diciembre para recibir a los héroes.

Así como la alegría es contagiosa, también lo es la estupidez. Y eso se demostró claramente en las distintas editoriales y opiniones periodísticas -que no provienen del ambiente del fútbol- que aseguran que esta generación “jubiló”, “terminó” u “opacó” a Diego Armando Maradona y a los campeones del 86. “Se terminó el Maradonismo. Nació el MESSISMO", fue otra de las frases que resaltó en las redes sociales.

¿Desde cuando los héroes se superponen? ¿Por qué tendría que haber uno sin el otro? ¿Hay algo más detrás de ese fanatismo por la selección individual? ¿Importa la representación? ¿Y si muchas veces elegimos a los líderes porque tienen comportamientos en los que nos sentimos identificados? Son sólo algunas preguntas que, probablemente, difícilmente tengan respuesta después de terminar este artículo.

Respondiendo los primeros dos interrogantes, es innegable que los héroes no se superponen y pueden convivir. También es cierto que determinados atributos elevan la figura de uno por sobre otro. ¿Cuántos pibes de la generación Messi -en la que me incluyo- se mordieron la lengua en alguna entremesa familiar para cruzar a algún padre, abuelo o tío que, cuando se mencionaba al actual capitán argentino, automáticamente aparecía Maradona como escudo? “El Diego era otra cosa, te hacía sentir. Messi camina la cancha”, “Este pibe no te genera nada”, “No canta el himno”, son algunas de las frases que eran vox populi en la lógica del que había visto a Diego en su esplendor y veía a un Leo que brillaba en Barcelona, pero que no lograba mostrar su mejor versión en la Selección.

Messi y Maradona, juntos en 2010

Ahora resulta que la lógica se da a la inversa. Los que se desvivían por recordar al Maradona del 86, lo esconden debajo de la alfombra para elevar la potente figura de Lionel levantando la Copa. ¿Cómo pasó esa generación criada a base de “Héroes” a olvidar rápidamente la figura de Diego? ¿La personalidad y el estilo de vida de Messi es más cómodo que la vida que tuvo Diego? ¿Messi es demasiado “normal” y Maradona fue muy contradictorio? ¿Por qué esta tendencia al olvido?

Messi y Maradona fueron campeones en contextos absolutamente distintos, sobretodo a nivel global. Eso sí, los dos tuvieron una coincidencia: ambos le dieron un grito de alegría a una Argentina vacía de festejos y sin cosas por las que alegrarse. Quizás lo de Diego tiende más a lo "patriótico", porque lo hizo en plena reconstrucción de la democracia y con la sangre más caliente que nunca por la usurpación de los ingleses en las Malvinas; lo de Leo por momentos parecía una cuestión más personal. Era el deseo de todo un país esperando para que el mejor del mundo, probablemente el más grande de todos los tiempos en términos objetivos -dueño de todos los récords y ganador de todas las competencias-, levantara la Copa del Mundo y le pusiera un broche final a su carrera. También fue por la sensación de sentirnos los mejores, algo que siempre necesitamos los argentinos. Al menos por un rato.

César Luis Menotti, probablemente el técnico más importante que haya tenido la Selección Argentina en su historia, suele utilizar una frase del escritor español Manuel Vázquez Montalbán que retrata perfecto este síntoma de exitismo: “El éxito te lleva hasta el borde del abismo. Si das dos pasos para adelante, te hace desaparecer. Si retrocedés tres, te lleva a la gloria". Efectivamente Argentina supo retroceder a tiempo y aplicó la sabiduría del que se sabe mejor desde el respeto. 

Para mi generación, retratada como la “generación Y” y bautizada como millennial”, probablemente la victoria de Lionel Messi en Qatar haya sido un desahogo y un argumento más para rebatir en las mesas largas contra las otras generaciones que intentaban apoderarse del discurso con el apotegma Maradona. La diferencia subyace en que nuestra generación jamás necesitó de Messi para prescindir de Maradona y tampoco necesitó de Maradona para sobreexigir a Messi. Los dos convivieron perfectamente dentro de sus lógicas y diferencias. Diego con sus contradicciones y sus deslices y Leo con su desborde de tranquilidad que por momentos pedía un grito de rebeldía.

La obra fantástica -y probablemente insuperable- de Lionel Messi difícilmente opaque lo que fue el brillo de Diego Maradona en México 86. Sí es cierto que ahora hay un discurso que a los maradoneanos nos incomoda, porque en las redes sociales ya no se ven los recortes de Diego alzando la Copa, gambeteando ingleses o sentado en un sillón diciendo “la amo”. Las interacciones son por el llanto genuino y sencillo de Lionel Scaloni, el baile del Dibu, el sprint del trotamundos Julián Álvarez, las jugadas de Messi en slow motion y la templanza de Enzo Fernández para adueñarse del mediocampo.

Pasarán los años y Argentina podrá decir que, en distintas épocas, tuvo guerreros que salieron a jugarse la vida por el país. Y todas las generaciones, al menos por un tiempo, tendrán la posibilidad de decir “yo vi a la Selección campeona del mundo”. Eso sí, para mirar hacia adelante no hace falta olvidarse del pasado. O mejor: para mirar hacia adelante, es imposible prescindir del pasado. El pasado es presente. Diego es Diego y Lionel es Lionel. Ambos campeones del mundo. Y un dato más: los dos son argentinos.