(De la Redacción de DOBLE AMARILLA) Distancia social, lo que se dice distancia social, no hubo en el Monumental el pasado 5 de agosto de 2015. Los cuerpos se amontonaban y el agua de la lluvia se confundía con la de las lágrimas. River, en una Copa Libertadores que parecía destinarlo al fracaso pronto, terminaba alzándose con la Gloria. Con goles de Lucas Alario, Carlos Sánchez de penal y Rogelio Funes Mori, de cabeza, el equipo de Marcelo Gallardo venció 3-0 a Tigres, la noche que se retiró Fernando Cavenaghi.

Bajo un auténtico diluvio, con Matías Biscay en el banco y con Gallardo sufriendo en alguna oficina del Monumental, River conquistaba la tercera Copa Libertadores de su historia. Fue en la primera edición que dirigió Gallardo, la del Gas Pimienta, la de Esqueda y el milagro de Juan Aurich. Fue el tercer título de Marcelo Gallardo, tras la conquista de la Sudamericana 2014 y la Recopa 2015, ante San Lorenzo. 

Esa noche, Lucas Alario empezó a demostrar porque estaba destinado a hacer cosas grandes en el club de Núñez. Luego de haber marcado el 1-1 ante Guaraní en Asunción, Alario le ponía la cabeza a un centro perfecto de Leonel Vangioni para el 1-0 y empezar a destrabar una historia que venía difícil como el clima, luego del 0-0 en la batalla de Monterrey. 

Con el 1-0, conseguido en el epílogo de la primera mitad, River se serenó. El 2-0 llegó tras un penal infantil que Carlos Sánchez cambio por gol y cuando la Copa Libertadores ya se sentía real, Rogelio Funes Mori le puso la cabeza a un centro perfecto de Leo Pisculichi y anotó el 3-0 final.

Con goles, con extásis, con holgura, River volvía a conquistar América, la primera Copa luego de la obtenida en 1996, cuando el hombre que ahora apretaba los puños en alguna entraña de un Monumental que hervía, formaba parte del plantel que le ganó 2-0 a América de Cali. Ahora fue 3-0, ante Tigres y el primer gran título de un ciclo que tendría la máxima alegría en 2018, por la misma Copa, ante Boca y muy pero muy lejos, a miles de kilómetros, de la Ciudad de Buenos Aires que esa noche se tiño -se destiño, bah- de rojo y blanco.