(De la Redacción de DOBLE AMARILLA) Antes del partido, no había dudas, quién más variantes tenía era Boca. Le sobraban jugadores, opciones, en el banco dejaba a Wanchope Ábila, Carlos Tevez y Mauro Zárate. Pero se enamoró Boca de sus variantes en ataque y cometió un pecado que le costaría el partido. Del lado de River, la cosa estaba mucho más clara: Juanfer iba a entrar, quizás Mayada también y Zuculini. Y si había que sumar gente arriba, el pibe Jullián Álvarez iba a tener que estar a la altura. Ahí, en el armado de los bancos en las variantes que supo y que no supo utilizar cada uno se explica gran parte del partido. Ahí Matías Biscay también le ganó a Guillermo Barros Schelotto.

En el primer tiempo, River lució apurado, impreciso, inconexo, sin hacer pie. Con Pity Martínez preso sobre la raya, con Palacios incapaz de hacerse cargo del juego y con Ponzio que se debatía entre jugar como "5" y como quinto central y en ningún rol lo hacia bien. Nacho que venía impreciso como en sus últimos partidos y Lucas Pratto más sólo que Tom Hanks en el "naufrágo", con la diferencia que el 'Oso' ni siquiera tenía a su Wilson. Boca ajustó en relación a La Bombonera. Tuvo un Nández descomunal, un Pablo Pérez que empezó a sufrir muy pronto el partido desde lo físico y un Wilmar Barrios que no se dejó ganar la espalda nunca. Con esos pequeños ajustes, más el "upgrade" que significó Buffarini en lugar del nervioso Jara para controlar al "10" de River, más el picante de Villa y el asesino a sangre fría de Benedetto, Boca lució mejor. Incluso, se puso en ventaja. Se puso en ventaja en la única que River llegó con mucha gente al área. Cuando River se desprotegió, Boca lo ajustició. Fue un gol rápido, que precisó tres toques para llegar al fondo del arco, una asistencia premium de Nández, que no sólo es huevo, garra y corazón y una definición digna del Bernabéu del "Pipa" Xeneize. 

Con el 0-1, River debió cambiar. Por obligación y por certeza. Así, no iba. La amarilla a Ponzio encarrilló una decisión que aún sin amarilla debía ser esa. Afuera el capitán, amonestado, lento, errático, a destiempo y ahí había que tomar una decisión. O meter a Martínez Quarta para hacer un dibujo parecido al de La Bombonera o poner a Juanfer Quintero, liberar a Nacho Fernández, correr a Enzo Pérez a jugar de Ponzio y desacartonar la posición de Pity Martínez, que ya no estaría obligado a generar el juego, si no que aparecía como intermedio entre la pelota y el delantero. Ahí, River volvió a ganarle a Boca. Y Boca, de yapa, evidenció el tremendo desgaste que fue cerrarle los caminos al River de Biscay (Y Gallardo, claro).

Con Quintero como eje y director de Orquesta, River llegó al empate con un auténtico golazo. Pared de Nacho y Palacios (quizás lo único de importancia que hizo el juvenil) y golazo de Lucas Pratto. 1-1, el partido volvió a cerrarse, a parecerse al que era 0-0, con los dos equipos sabiendo que el alargue (y los penales) quizás no eran una mala idea. Pero Boca no tuvo resto físico. La expulsión de Wilmar Barrios terminó por descompensar a un Boca que tenía a Nández en una pierna, a Pablo Pérez ya viéndolo desde afuera y a Wanchope Ábila, que había ingresado por Benedetto, estático, sin poder hacer mayores movimientos (¿No era Zárate?).

El único mediocampista era Fernando Gago, y "Pintita" ingresó. Hizo lo que pudo, dio hasta que se rompió, pero no estaba para jugar. Nunca estuvo. Acá el gran error de Guillermo. ¿Cómo dejar afuera a Cardona de este partido? ¿Cómo no pensar en Almendra, sabiendo que Pérez estaba tocado y que Nández iba a hacer un desgaste tremendo y que Gago no estaba? A Guillermo se le pega con el diario del lunes, es cierto. Pero se le cae, en parte, porque jamás (y mucho menos contra Gallardo) supo interpretar el diario del viernes. Banco mal armado, exceso de delanteros, para encima mandar a la cancha a otro que estaba tocado físicamente. Todo mal hizo el "Mellizo" que recibió como castigo un segundo gol de River, armado por Álvarez, Mayada y Quintero, tres de los cuatro cambios que hizo Biscay, como para meterle más leña al fuego. 

El gol de Quintero es de otro partido, pero la idea, la concepción, el origen del gol es del partido que River jugó desde que sacó a Ponzio. Nace en un centro de Pity Martínez que Andrada (muy mal partido del Sabandija) rechaza al medio, el pibe Álvarez abre para el uruguayo que entró para explotar aún más a un Olaza también acalambrado hasta los dientes y Juanfer hace lo que hizo contra Independiente: romper el partido en mil pedazos, montado en un talento individual indiscutible. Golazo.

Ojo, desde el 2-1, River jugó pésimo. Podría haber ganado 5-1, con Boca con 9, lanzado en ataque, con medio equipo en una pierna. Lo podría haber agarrado a contrapierna 2, 3, 4 veces. Pero erró todas, falló no sólo el último pase, también el segundo y a veces el primero. Boca fue puro Boca: Garra, corazón, empuje, huevos, para ir hasta las narices de un Franco Armani que volvió a responder con creces. Ninguna rutilante, pero tres muy difíciles y el puñetazo final, en la cara del improvisado "9" Andrada, que generó el taco auto-pase de Quintero. (¡Genial!) y la corrida a la gloria del "Pity" Martínez, el jugador que Boca supo contener con Buffarini, pero que después se le perdió y volvió a lastimarlo con creces. 

Así las cosas, River se lo llevó porque jugó mejor. Jugó mejor en La Bombonera, dónde lo pudo perder pero tuvo Armani y jugó mejor la mayoría de los 120' en el Bernabéu. Alentado por Boca y sus errores tácticos, alentado por Biscay y sus aciertos desde el banco. Sin Borré, ni Scocco, River tenía pocas fichas para jugarle a a ruleta de esta final para cambiar la suerte. Supo cuándo jugarlas y cómo, por eso terminó metiendo un pleno que vale una Copa Libertadores y el Superclásico más importante de la historia hasta acá. 

Foto: Infobae