(De la Redacción de DOBLE AMARILLA) Sebastián Vignolo es un parlante en Saavedra. Acá, en la sede de la Juventud Croata en Buenos Aires, hay 150 personas escuchándolo, todas segunda o tercera generación de los croatas que llegaron a la Argentina huyendo de las guerras, del hambre, de la tragedia. Los apellidos los denuncian: no hay ningún versálico, como diría Vignolo, pero sí hay muchos terminados en "ic" o en "ch" o en "ec".

Vignolo dice “Me parece a lo o la iniciativa la tiene Croacia” y un coro le responde “sí”. Así se vive la final del Mundo. Los más efusivos son los niños, con las caras pintadas y la esperanza a flor de piel. Los que están en “Mala Skola” y están aprendiendo el idioma. No así los adultos, que lo saben perfectamente, como queda claro en el himno croata que suena en Moscú y rebota acá, a metros del Parque Sarmiento.

El partido fue seguido con atención por 150 personas.

La Juventud Croata en Buenos Aires vive una jornada histórica, los más grandes la comparan con aquel tercer puesto conseguido en Francia 1998, ante Alemania. No importa quién gane la Copa. La alegría es la que manda: "Este Mundial ha servido para que se una la gente croata en Croacia", apunta Viera Bulat, la tiene del malogrado economista Tomás, una señora ya mayor, nacida en Split, "de dónde es Rebic", apunta, orgullosa. Ella disfruta de este hecho histórico y se jacta "Tenemos muchos grandes deportistas para ser menos de 4 millones".

Los croatas en Buenos Aires se sienten campeones del Mundo.

Pese a que Mandzukic ya empujó la pelota contra su arco, se sigue viviendo una fiesta. Hay una mesa a la entrada que sirve de “tienda” donde se venden gorros y camisetas de Hrvatska, como se dice Croacia en su idioma original. Enfrente, otra mesa vende vales para bebidas y comidas. Los carteles que anuncian contenido y precio están sobre un armario, que está coronado por una camiseta de Croacia autografiada por Niko Kovac, ex DT de la Selección Croata. ¿El Menú que se podía conseguir? Empanadas y Choripán. Bien típico. De Buenos Aires. Para beber, vino ($150), gaseosa ($40), cerveza ($50) y aguas ($15). Es una movida bien barrial esta que hoy hace parecer a esta parte de la Zona Norte de CABA una Zagreb en miniatura. 

El menú y, arriba, la camiseta que les firmó Niko Kovac.

El gol de Perisic hace detonar el lugar y creer que, aunque en el fondo no cambie mucho, se puede ser campeón del Mundo. Rápidamente el VAR hace lo suyo y desde la gente alguien tira: "Pitana, dejate de joder". Sí, un grito made in Argentina. En el entretiempo, la gente se levantó, en masa, a cazar uno de los vales. Son algo más de las 13, afuera manda el sol y acá adentro, de pronto, importa más la llegada de la bandeja con los chori que si los de Dalic lograrán revertir la historia.

El tercer tanto francés casi que sentenció la historia, ni hablar cuando el propio Mbappé liquidó el juego, instantes después. El horror de Llorís dio paso al segundo grito del día, casi tan fuerte como el primero. 

Los minutos pasaban y el orgullo ganó terreno: "Hrvatska, Hrvatska", gritaban los croatas nacidos en Buenos Aires mientras el tiempo de descuento ya se dejaba ver en la pantalla. Llegó el final, Francia Campeón, Croacia subcampeón. ¿Lágrimas? ¿Lamentos? Nada de eso, aplausos, sonrisas, música, fotos y mucha alegría por lo conseguido. "Si llegabámos a cuartos ya estaba más que bien, la semifinal, wow. La final, ni hablar. Somos subcampeones del mundo!" se alegra Erika Piskulich, nieta de croatas y orgullosa de su "Madre Patria". "Sentimos un gran orgullo, cuando vos tenés orgullo, no podés estar triste".

Las camisetas croatas se podían conseguir en el lugar, así como gorros y galeras.

Mientras tanto, en la pantalla gigante aparece Kolinda-Grábar Kitarovic, la presidenta croata, quién levantó graciosos comentarios cuando abrazo a Pitana: "Tocalo un poco, eh" comentó una señora, divertida. La presidenta también despertó aplausos y ni hablar cuando empezaron a pasar los jugadores croatas. También hubo aplausos y vítores cuando la presidenta croata se animó y besó la Copa del Mundo. 

Valeria Bianchini-Adrinek posa con la bandera croata y una sonrisa.

"Empecé en la colectividad con mi mamá en el Mundial del '98. Tenía cinco años. Volver a vivir esto en un Mundial es una alegría. Haber llegado a la final es un montón igual. Somos una comunidad que no somos tantos en Buenos Aires, y esto hizo que todo el mundo hable un poco más de Croacia", dice desde sus jóvenes 25 años Valeria Bianchini-Adrinek, con una sonrisa. La misma que manda en este lugar y, aquí juran, en todo Zagreb. "Los croatas somos así, este equipo fue avanzando con el espíritu de lucha del pueblo croata", cierra Piskulich. Por supuesto, con una sonrisa. 

Los colores argentinos también se hicieron notar en Saavedra.

Al salir del lugar, se escucha por lo bajo, como un señor resume con un amigo lo que sucedió en Moscú, a miles de Kilómetros de Buenos Aires y no tan cerca de Zagreb. "Con el penal nos cortaron las piernas", sentencia el lamento futbolero en clave maradoniana, como para volvernos rápido a la realidad. Seguimos estando en Buenos Aires, ¿vio?