(De la redacción de DOBLE AMARILLA) La autopsia dirá suicidio, salvo que ocurra un milagro. Argentina se clavó los puñales. Su historia clínica lo retrata. Se flagela desde los cuatro puntos cardinales futboleros: los entrenadores, los dirigentes, los jugadores y esa esquina insoslayable que comparten los medios (o buena parte de ellos) y la popular que traga sin masticar y le pide solucionarle todos los problemas que se crea o le crean, desde gobiernos,  jefes en el trabajo, parejas, etc. La selección decepciona, sí, pero no te hace más pobre, ni te engaña con tu mejor amigo, ni te esclaviza. Así que tengamos en cuenta eso: es fútbol. Es muy importante. Es tal vez la cosa más importante, pero entre las menos importantes de la vida. Por eso, a tomar esto como lo que es: un análisis futbolero, no un decreto de necesidad y urgencia. Dicho esto, argumentemos.

Messi sufrió sobreprotección con Pékerman en 2006. Lo enjaularon cuando necesitaba salir a volar para rescatar a sus tutores futboleros. Padeció notables desequilibrios en su nutrición táctica con Maradona, en 2010, cuando el diagnóstico se resumía a no comerse el chamuyo del que llegaba para hacer daño. Conclusión: al equipo le tatuaron una paliza extraordinaria. Tuvo trastornos de personalidad con Batista, con un TOC que aparecía cada tanto, pero en ese tramo estalló: querer parecerse a Barcelona, como si los jugadores de fútbol, sus características y personalidades se transfirieran por propiedad transitiva o como si existiera la clonación a través de un pizarrón. 

Casualmente, fue durante el ciclo Batista que encontró una medicina que pareció fortalecerlo, revitalizarlo: fue en un 3-0 sobre la débil Costa Rica, cuando Messi compartió cancha con Di María, Agüero e Higuaín. Un volante que llegaba siempre al área rival y dos delanteros por delante de su punto de creación. Se alternaban para picar, arrastrar marcas o ensayar diagonales para quedar de cara al gol. Había empatía, comunicación, ausencia de egoísmo. Pero duró poco y nada porque la Copa América en casa fue para el vecino del otro lado del Río y se sabe que, en Argentina, perder es fracasar, ganar es ser exitoso, no importa el cómo. 

Al comienzo de la Era Sabella, los signos vitales se prendían y se apagaban como las luces de un arbolito de Navidad, pero lejos de haber regalos, había libros de quejas, lastres. Era un problema de energías. Cuando se preparaba el quirófano para ingresar a un paciente comatoso, en Barranquilla, Don Alejandro acudió a la receta de Batista y Messi se despertó cual Popeye con espinaca ¿La razón? Volvía a compartir cancha con Agüero e Higuaín, y Argentina pasaba de llegar con la lengua afuera a ser dominante.

Más allá de nombres propios, estaba claro qué la base del problema era que el paciente necesitaba una dosis doble de delanteros por delante de Messi, porque aunque tuviera un superhéroe, dejarlo con una única referencia de pase era kryptonita y no siempre encontraría la manera de escapar. Así, comenzó un tratamiento con excelentes resultados en números y funcionamiento. Todos los indicadores eran óptimos. Sin embargo, por esa tendencia suicida, en la gran cita en Brasil se presentó con 5 defensores y una sola opción de pase clara. Luego de 45 minutos en los que apenas pudo mantenerse en pie, Sabella volvió a aplicar la receta de Batista. Argentina terminó la zona con puntaje perfecto, pero aparecieron las lesiones. Aún así, llegó a la final.

Sabella dio un paso al costado y llegó Martino, con un molde rígido. Con una receta que prohibía combinar a Agüero e Higuaín como si derivara en una sobredosis que haría colapsar a la estructura. Y luego arribó Bauza, que era de una escuela totalmente diferente. Y luego Sampaoli, que no se parecía a ninguno de los anteriores y se presentaba con una biblioteca tan amplia como difícil de comprender. Una ensalada venenosa que, encima, fue condimentada por un desastre dirigencial y una Comisión Normalizadora impresentable. 

El paciente llegó milagrosamente a Rusia 2018. Aterrizó con las alas del ángel quemadas, con su último vuelo en Ecuador. Y si zafa de ésta, será también milagrosamente, porque el cuerpo lo tiene roto y el corazón triste.

La autopsia dirá suicidio, porque el detalle le ganó a la esencia. Porque se eligió a un arquero por cómo juega con los pies. Algo así como seleccionar a un grupo de música por la marca de los instrumentos y no por cómo tocan y cómo escriben. Y el destino se burló fuerte. 

Y la autopsia dirá suicidio porque se armó una lista para jugar con línea de cuatro y se apostó un pleno por una línea de tres que podía ser de cinco, pero sin registros en partidos oficiales y con déficit de estatura. Algo así como darle el timón del titanic a alguien que recién aprender a andar en bici. En bici con rueditas.

Y la autopsía dirá suicidio porque aunque Enzo Pérez fue de lo más rescatable, los residuos de la improvisación y de recurrir a un jugador que estaba afuera de la lista y de vacaciones y llegó y fue titular al segundo partido, en un escenario de emergencia, descolocan a cualquiera, sobre todo a un Lo Celso que pasó de mimado a desterrado. Eso le erosiona la confianza hasta al más vanidoso.

Y la autopsia dirá suicidio por la falta de gol e ignorar los antecedentes de ni siquiera ensayar con el tridente Messi, Agüero e Higuaín cuando, juntos, disputaron desde el arranque o en tramos 21 partidos, ganando 13, empatando 7 y solo cayendo ante Brasil de visitante, convirtiendo 33 goles y recibiendo apenas 7, ganándole a Uruguay, Chile, Colombia y a Alemania a domicilio, entre otros.

Y la autopsia dirá suicidio por despreciar la pelota parada y no tener una sola jugada preparada y jugar un pleno a la puntería de Messi.

Y la autopsia dirá suicido por Messi, por su falta de rebeldía, de liderazgo más allá de la pelota, porque a veces se necesita mandar sin la pelota para que todo empiece a funcionar. Porque dejó pasar el tiempo, y el tiempo no vuelve. Y el tiempo pasa para todos, también para los superhéroes y sus mejores aliados.

Y la autopsia dirá suicidio por el matrimonio por conveniencia, porque Sampaoli discutió con Beccacece delante del grupo en lugar de solucionar sus diferencias en privado.

Y la autopsia dirá suicidio por olvido, por olvidarse a Pavón hasta que el rival hace sonar el despertador y es demasiado tarde.

Y la autopsia dirá suicido por hundimiento, porque esta Argentina se creyó que el fútbol era una batalla naval. Que no eran nombres, ni características, sino F4 + H8= le gano a Islandia con Salvio de 4 y Biglia y Mascherano en el eje. Y a Islandia le alcanzó solo con orden para averiarlo.

Y la autopsia dirá suicidio también porque mucho oportunista del micrófono que habla con resultado puesto moldea el ánimo popular y ni siquiera un jugador de selección es impermeable a ese maremoto, más en tiempos de redes sociales y memes. No en estos tiempos de industria del dolor al palo.

Argentina es un kamikaze sin estudio. Se inmola y no le preocupa la razón que lo lleva a la muerte. No sabe leerla. No presta atención. Y, curiosamente, cuando siente el puñal se muere solo de ganas de no vivir. Aún le queda un milagro, pero depende de otros. Y si sucede, Dios será argentino otra vez, pero Messi no es Dios, que quede claro de una vez. Messi es un mago fascinante, sublime, pero como dijo el “Flaco” Menotti, “hasta los magos necesitan un escenario”, y hoy, el de Argentina es un agujero negro.