Diego Maradona fue condenado a no pasar desapercibido durante toda su vida. Ante tal sentencia no deseada, se adaptó a las reglas y jugó un partido diferente. Por momentos, totalmente alejado al fútbol. Y a pesar de sus constantes idas y vueltas con presidentes y líderes del mundo, su origen barrial siempre lo llevó a transmitir el mensaje de ayudar a los de abajo. Con aciertos y errores, pero siempre manteniendo un discurso político.

Ya de por sí, su llegada al Napoli tiene todo un contenido político. Diego aterrizó en 1984 a una ciudad consumida por los violentos conflictos de las mafias y sumergida en una pobreza estructural de la que se regodeaban algunos sectores de Italia. De hecho, todavía se afirma que, en su traspaso, hubo un fuerte aporte económico de la Camorra, la mafia napolitana que habría inyectado una cifra que superaría los U$S 10 millones. A pesar de los claroscuros de su contratación, su única misión fue hacer feliz a un pueblo abandonado en la desidia y con la posibilidad de ser feliz los domingos. Al menos por un rato.

La vida política de Diego en Argentina fue un tanto controvertida. En su afán de emisario, fue capaz de estrechar manos y dar abrazos a gran parte de los presidentes de nuestro país desde la vuelta de la democracia. En 1979, tuvo el desagrado de compartir el trofeo del Mundial Juvenil con Jorge Rafael Videla, el despreciable presidente de facto de la última dictadura cívico-militar. Después, en 1986, restablecido el sistema democrático y con más años en el lomo, compartió la Copa del Mundo con el propio Raúl Alfonsín.

Diego Maradona y la política: cercanía con el poder, lazos con Cuba y enemistades marcadas

Pasado el gobierno radical, elogiado por su política de Derechos Humanos pero fuertemente cuestionado por una inflación que no tenía techo, llegó el momento de un peronismo entregado al Consenso de Washington, representado por el recientemente fallecido Carlos Saúl Menem. Maradona, al igual que cientos de artistas -el propio Charly García, sin ir más lejos-, le dieron crédito al riojano con su proceso tan modernizador como neoliberal. Y siguiendo con ese proceso hasta el estallido de la crisis del 2001, llegó a fotografiarse con el propio Fernando de la Rúa, pasada su última etapa en Boca y a dos años de irse a Cuba para tratar su adicción a las drogas.

“A mí siempre me fascinaron los personajes, los protagonistas, y muchas veces, por ser Maradona, tuve la posibilidad de conocerlos”, contó alguna vez en la página 295 de su libro “Yo soy el Diego”, dedicado a su carrera futbolística y a confesar su problema de adicción mientras se intentaba recuperar en La Habana de Fidel Castro. Ese libro, además de dedicárselo al líder cubano, también le hizo una mención especial a Menem. Párrafo aparte, por esas cosas que tiene la política, sobre todo la internacional, el ex presidente argentino y Castro tuvieron una excelente relación diplomática. “Somos amigos en lo personal, diferimos en lo político. Hay dos Menem: uno cuando conversamos él y yo y otro cuando se reúne con la prensa”, declaró Fidel alguna vez en CQC.

Diego Maradona y la política: cercanía con el poder, lazos con Cuba y enemistades marcadas

Después, llegó Latinoamérica

Diego encontró en el contexto latinoamericano del 2000 un refugio que no le dieron otros referentes políticos. Su simpatía con los gobiernos populares de esa época tenían un vínculo común: enemistad declarada con Estados Unidos. Pero lo de Maradona era peor. Luego de la triste experiencia del doping positivo en el Mundial del 94, el astro argentino tuvo muchos problemas con el país del Norte, principalmente con prohibiciones para poder ingresar al país.

El enojo de Diego con EE.UU. siempre fue enorme. Pasó por tratar de “cabeza de termo” a Bill Clinton por no dejarlo ingresar al país y calificar de “asesino” a George Bush en pleno conflicto con Medio Oriente. Eso sí, mostró cierto respeto por Barack Obama, aunque en 2011 lanzó una sutil recriminación: “A Obama le preguntaría por qué no me da la visa, si hay un montón de japoneses que hoy viven en Norteamérica y perdonaron que los yanquis les hayan metido una bomba atómica. Yo, que me drogué en el pasado, no puedo entrar”.

A pesar de su fascinación por Ernesto 'Che' Guevara y su sangre “castrista”, Diego empezó a sentir cercanía con el gobierno de Néstor Kirchner, heredero de un Eduardo Duhalde con el que el Diez tenía una pésima relación. “Si lo veo a Duhalde en el desierto, le tiro una anchoa”, lanzó contra el ex presidente por una causa de 1999 que involucraba a su amigo Guillermo Coppola.

Llegado el 2003, Pelusa tuvo varios encuentros con Néstor y Cristina Kirchner. A su vez, públicamente lanzó una gran cantidad de mensajes elogiosos. Eso sin mencionar la innumerable cantidad de veces que cantó la marcha peronista. Y mientras afianzaba su relación con la pareja presidencial, también empezaba a tener diálogo con los ex presidentes Lula da Silva en Brasil, Evo Morales en Bolivia y Pepe Mujica en Uruguay. Sin embargo, su principal cercanía fue con otro líder de corte revolucionario: Hugo Chávez. Con él llegó a participar de actos políticos y ponderó discursos que cuestionaban a Bush y decían “NO al Alca”, el Área de Libre Comercio de las Américas, que alguna vez también criticó Néstor Kirchner durante su presidencia.

Palabras de Diego Armando Maradona. El adiós a Néstor Kirchner

Después de Chávez, llegó Nicolás Maduro. Y a pesar de las críticas internacionales a su gobierno en Venezuela, Maradona siempre se mostró fiel. Lo mismo con la actual vicepresidenta, que en 2015 dejaba la presidencia para que ocupe el lugar Mauricio Macri, otra figura política con la que Diego tuvo problemas. Los tuvo en Boca por dinero -al igual que con Juan Román Riquelme- y lo trasladó al terreno personal. “Decirle a Macri, que me haga lo que me haga, voy a ser cristinista hasta los huevos. Acordémosnos, ya nos viene robando desde Franco Macri, no desde Mauricio”, lanzó en 2016, en pleno apogeo macrista.

Maradona a Macri: "Voy a ser cristinista hasta los huevos"

Sin embargo, su afinidad más profunda la tuvo con Fidel Castro. Diego lo sentía como un padre y Fidel como otro de los tantos hijos que tuvo. Incluso coincidieron en su partida, ya que ambos dejaron el mundo de los mortales un 25 de noviembre.

“Hay que hacerle un monumento grande como el mundo. Hoy el planeta se está cagando de hambre y hay 14 millones de africanos que no tienen un pedazo de pan, pero dicen que Fidel es un hijo de puta porque los cubanos comen una taza de arroz, papa o pan. No tienen lujos ni plasmas a color, pero comen todos. Cuba es el ejemplo a seguir”, comentó.

Claro, muchos detractores le apuntaron a Diego por tener un discurso socialista con una vida lujosa y extravagante en Dubai, uno de los últimos bastiones del capitalismo salvaje. Son parte de sus contradicciones, aunque siempre predicó por el discurso en pos de ayudar a los que menos tienen.

Durante sus últimos años de vida, sin ir más lejos, le rogó a Alberto Fernández -con quien tuvo una excelente relación- y al Gobierno la aprobación del impuesto a las grandes fortunas para ayudar a los que menos tienen. A esta altura, sólo se puede subrayar una simple frase que evita todo tipo de conflictividad sobre el máximo ídolo futbolístico de la Argentina: que lo juzguen los demás.

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