Colombia atraviesa un momento crítico. Las manifestaciones populares y la violencia institucional dominan la escena. El presidente argentino, Alberto Fernández, escribió en Twitter que observa “con preocupación” la “represión desatada ante las protestas sociales ocurridas” en ese país. Y manifestarse no le salió gratis. La Nación cafetera le respondió a través de cancillería.

Fernández se pronunció así: “Ruego porque el pueblo colombiano retome la paz social e insto a su gobierno a que, en resguardo de los derechos humanos, cese la singular violencia institucional que se ha ejercido”.

Instar fue el verbo que detonó la situación. La Cancillería de Colombia, a cargo de Claudia Blum y en representación del presidente, Iván Duque, acusó a Fernández de “alimentar la polarización” y de no contribuir a “la convivencia y al consenso”.

La relación entre ambos estados así sumó un nuevo capítulo de desencuentros. El primero había sido cuando Fernández había puesto en duda la celebración del centenario torneo en suelo argentino y, rápido, desde Colombia salieron a hacer correr el rumor de que Argentina se bajaba y se pronunciaban dispuestos a tomar la totalidad de los partidos. 

Esta nueva diferencia emerge a poco de que la Selección Argentina deba viajar a Colombia para disputar la octava fecha de las Eliminatorias, en un partido que está pactado para el próximo 8 de junio en Barranquilla. 

Vale remarcar como antecedente histórico que en la Copa América 2001, la única que por ahora ganó Colombia, la Selección Argentina declinó participar por las situaciones de “violencia interna” que azotaban al país organizador. Hoy, 20 años después, el escenario es similar. Con la diferencia de que, en la presente edición, ambos países son co-anfitriones de un torneo que, entre el coronavirus y la situación social, llega envuelto en más dudas que certezas, pese a que ambos gobiernos han ratificado su intención de seguir adelante según lo establecido.