(De la Redacción de DOBLE AMARILLA) El 18 de enero de 2020, un grupo de 10 rugbiers de entre 18 y 20 años de un club de Zárate asesinaron a golpes a Fernando Báez Sosa, a la salida de un boliche en Villa Gesell. El coronavirus recién empezaba en Asia y nada hacía suponer que habría el aislamiento social marcaría varios meses del año. El avance de la pandemia, el paso del tiempo y otras cuestiones, hicieron que el "efecto Fernando" y el repudio inmediato hacia el rugby y sus "valores" se fuera diluyendo.

Luego de la muerte de Fernando, que puso en jaque al rugby desde su formación y valores, en tanto espacio de contención y desarrollo de adolescentes, la UAR lanzó el plan "Rugby 2030, hacia una nueva cultura". En la web del organismo, sobre ese plan, se leyó: "Es un programa que tiene como objetivo reconocer, responsabilizar y resolver la conflictividad relacionada con el rugby en Argentina, buscando crear una nueva cultura acorde a nuestros tiempos, reduciendo la violencia en todos sus aspectos". Apenas conocida la noticia de la muerte de Báez Sosa, la misma UAR habló de pesar "por el fallecimiento" de Fernando y nunca de crimen. ¿Cómo podía tratarse del mismo organismo? 

Pulularon en los medios notas que hablaban de los ritos del rugby, los terceros tiempos como ejemplo de cordialidad, al mismo tiempo que los "bautismos" o "iniciaciones" en los clubes representaban todo lo contrario y varios veían en ellos la semilla de violencia que luego se esparcía, incluso con las palabras "violencia", "abuso" y "violaciones" formando parte del todo. 

Sin embargo, el paso de los días, las semanas, los meses, la pandemia y el mundo que entró en pausa, hizo que el efecto anti-rugby se licuara bastante. Incluso, Agustín Pichot estuvo muy cerca de convertirse en nuevo presidente de la World Rugby, pero perdió contra el inglés Bill Beaumont, que fue reelegido. Pichot llevaba la bandera de un rugby más inclusivo, más abierto, más apegado a lo social. La misma que levanta y clama para la UAR y el rugby argentino. Cuando perdió, también se corrió de la representación de la UAR en la WR, cargo que ejercía. 

El año siguió pasando, en noviembre, la Fiscal Verónica Zamboni, titular de la Unidad Funcional de Instrucción 5 de Villa Gesell, pidió ante el juez de Garantías David Mancinelli, la elevación a Juicio Oral para Máximo Thomsen (20), Ciro Pertossi (20), Luciano Pertossi (19), Lucas Pertossi (21), Enzo Comelli (20), Matías Benicelli (21), Blas Cinalli (19) y Ayrton Viollaz (21). 

Sin embargo, el rugby tuvo una oportunidad para cambiar repudio por apoyo. Acá, en la Argentina, país dónde las victorias deportivas valen su peso en oro, hubo una madrugada dónde Los Pumas volvieron a ser esos "héroes", "símbolos" y "Faro de la Moral" que fueron cuando hicieron su gesta en Gales '99 o en cada test-Match en que vencieron o incomodaron a una potencia. El rugby argentino tuvo su gol a los ingleses el 14 de noviembre, cuando derrotaron 25-15 a los All Blacks en Australia. Fue la primera vez en la historia. Y todos volvimos a ser Pumas. Diez días después, Los Pumas tiraron por la borda todo el cariño popular repentino conseguido.

El 25 de noviembre, murió Diego Armando Maradona, el último mito popular argentino. Horas después, la Selección de Rugby salió a la cancha en Australia. El homenaja casi que estaba cantado, más teniendo en cuenta que Diego siempre acompañó a Los Pumas cada vez que pudo. Y el homenaje llegó, pero de los All Blacks. La Selección neocelandesa, el Dream Team de este deporte, antes del Haka ofrendó a Los Pumas una camiseta negra con el 10 en la espalda, dónde se leía Maradona. Una camiseta que ninguno de los 15 jugadores de la Selección, ni siquiera, levantó del piso. Ante este homenaje de la nación oceánica, en un país dónde el fútbol no es prácticamente importante, el "pequeñísimo" homenaje de Los Pumas, en forma de "cintita negra" a Diego generó broncas y sacó a relucir toda al antipatía que el rugby supo conseguir en estos años.

En los que siempre se mostró como un deporte elitista, de las clases pudientes, con desprecio por lo popular. Después de todo, Dicky Del Solar, el personaje que ideó el humorista Ezequiel Campa, no es producto sólo de lo que ocurrió este año. Incluso, él es ex rugbier también. 

El no-homenaje de Los Pumas a Maradona prendió la chispa, las disculpas no sentidas de Pablo Matera y el plantel en lo que sería su último acto público como capitán de Los Pumas no parecieron convincentes y desataron una caza de brujas en un lugar ideal para eso: Twitter. 

Así, salieron a la luz tuits del propio Matera xenófobos, racistas, con mucho de clasismo y de un pésimo gusto. Así como también de los otros jugadores Guido Petti y Santiago Socino. Todo esto estalló durante la noche de Australia, mientras el equipo dormía, confiado en que la disculpa entregada en forma de video sería suficiente para aplacar el enojo de un pueblo herido. 

Sin embargo, la bola creció. Y creció tanto que hizo intervenir al INADI y al repudio popular. Tanto que a la UAR, por presión de algunos sponsors, no le quedó otra que quitarle la capitanía a Matera y sacarlo del equipo, al igual que a Petti y Socino. Emitió otro comunicado, dónde dejó en claro que obró por presión popular: "Si bien los mensajes fueron expresados hace algunos años y no representan la integridad como personas que los tres mostraron durante este tiempo en Los Pumas, desde la Unión Argentina de Rugby condenamos cualquier expresión de odio y consideramos inaceptable que quienes las expresen, representen a nuestro país", cierra el comunicado.

Más allá de la acción que ahora hace la UAR, la remoción de Matera, Petti y Socino de la Selección por mensajes de hace nueve años, acá está en juego algo más profundo. ¿En qué falla el rugby para que varios de sus componentes estén implicados en situaciones de este estilo? ¿Es sólo una cuestión de clase y de tener más dinero? ¿Puede hacer algo el deporte para cambiar la manera de ser y de pensar de quienes lo práctican y de sus familias? ¿Es una responsabilidad que se le puede cargar sólo a un deporte? ¿Cómo se cambia?. 

Mientras, un dato que hiela la sangre: cuando escribió estos tuits, repletos de odio de clase y xenofobia, Pablo Matera tenía 17, 18 años, apenas dos años menos que Máximo Thomsen, cuando, según las pericias de la Justicia, pateó el rostro de Fernando Báez Sosa, que estaba en el piso y lo mató. Hay que hacer algo, porque los tuits pueden pasar a la realidad y un programa con "vistas al 2030" parece ser una solución bastante floja ante una urgencia que es del 2010, del 2020 y de antes también. De toda una vida.