Son rostros que no son rostros. Son lágrimas. Son gritos que se multiplican. Son camisetas de Boca que vuelan en el aire, flores amarillas, flores blancas, flores rojas. Rezos. Algunos incluso, la llevan a ella, la pelota. Hay aplausos, hay gritos, hay “fuerza Claudia” que salen con la voz cuando uno ya juntó saliva de tanto llorar. Hay agradecimiento, los “te quiero” y los “te amo” se pelean con los “gracias, Diego”. La gente pasa rauda, como marca el protocolo. De lo contrario, más de uno se quisiera quedar eternamente ahí, a los pies del cuerpo de Diego Armando Maradona.

La mayoría pasa llorando, la mayoría intentando que al menos la mano pase el vallado enfundado con la bandera argentina para poder estar más cerca de ese féretro que tiene la Camiseta número 10 de la Argentina, la bandera de este país y los colores azules y Oro y con el correr de las horas sumará la "10" de Argentinos con el apellido "Maradona", los pañuelos de las Madres y las Abuelas y la camiseta de Gimnasia y de Newell's. Como Diego hubiese querido, sin duda. 

Es época de distanciamiento social, pero la pandemia sólo se nota en el hecho visual que todos tienen tapaboca. Después aquí, en Argentina, el 26 de noviembre de 2020 no hay  lugar para el coronavirus, pero estamos sufriendo una nueva pandemia: el post-Maradonismo. Es el primer día sin Diego, el Dios de los sucios, Pelusa, el pibe de Oro y tantos sinónimos que acumuló a lo largo de una vida que duró 60 años y una inmortalidad. Y el pueblo llora. Y no se olvida de quién no lo traiciona, ni se priva de despedirlo y que el coronavirus -por hoy- se vaya a cagar.

El desfile de “les” maradonianos es incesante, como las lágrimas que caen de cada uno de los rostros de los argentinos desde que se conoció la infausta noticia. Diego ya no está más físicamente entre nosotros, el ser humano que siempre anhelábamos ver recuperado, con una gambeta más, nuestro Ave Fénix criado a gambetas, potrero y la 10 transpirada. Pero esta vez no pudo ser, ahora, ya sólo perdura en recuerdos, en el alma, en el corazón y en una pelota. No es poco, y es mucho más de lo que cualquiera puede aspirar. Pero no va a estar. Y duele fuerte, en el alma, de esos dolores que generan cicatrices y certifican que no habrá olvido posible.

La Casa Rosada está embanderada. Ya pasaron los Campeones del ’86, LA Selección Argentina, ese grupo indestructible que se forjó al calor de un BIlardo detallista y obsesivo y un Diego Capitán y líder que pudo coronar con la Copa del Mundo, la última que por ahora tenemos y que brilla como aquel 29 de junio de 1986, la misma cuya réplica descansa a centímetros del féretro de uno de los pocos que nació en este suelo y sabe cuánto pesa la Copa del Mundo.

También está la familias y están las del artículo: LA Claudia y LAS nenas. Reciben el cariño, el afecto y los puños apretados de los que desfilan, de manera incesante, frente a los restos de Diego Maradona. El abrazo de Alberto, de Fabiola, de Malaspina, de Ginés, de Cafiero. Del plantel de Gimnasia. De Enzo Francescoli, de Silvio Romero. Y ven como la gente grita y llora, con los puños apretados, en alto, quizás, como canta el Indio "deseando al final hacer la revolución con una canción de amor", en el día que, como relató para siempre Víctor Hugo, el país se volvió un puño apretado una vez más, ahora para apretar los dientes y encapsular tanto dolor y tanta bronca, porque el que llena ese cajón es el Pelusa. El diego. El Diegote. 

El fervor popular hoy es la tristeza popular. Se murió uno que supo regar de gloria este suelo y llevar alegría a este pueblo. El fallo es unánime, tanto como los aplausos y las lágrimas, Diego vivirá por siempre en el corazón del pueblo que no lo olvidará. ¿Por qué jugó bien al fútbol? Sí, pero también porque siempre jugó para este equipo: el equipo de los nadies, de los sucios, de los desfavorecidos, de los desclasados, de los descalzos. Pudo haberse olvidado de todo esto, cuando llegó a la cima del mundo y se coronó Rey del planeta fútbol, pero nunca olvidó de dónde venía, ni buscó despintar las huellas que caminó. Siempre fue argentino y reivindicó la Argentina, nunca se quiso ir, nunca la denostó, nunca pensó que la salida era Ezeiza, excepto para subirse a un avión e ir a representar la celeste y blanca. Diego es del del Pueblo del Mundo. Y del Pueblo Argentino. Y al Pueblo Argentino Salud, y a Diego Maradona, gracias eternas.

Buenos Aires, 26 de noviembre de 2011. Nuestro primer día sin Maradona. ¡Y cómo duele!