(De la Redacción de DOBLE AMARILLA) Mientras todo el mundo River vivía la sensación ambigua del bicampeonato con Ramón Díaz, los primeros títulos tras el paso de 363 días por la B Nacional y su posterior renuncia, en algún lugar de la Panamericana Enzo Francescoli llamaba a Marcelo Gallardo y, sin saberlo, ponía la piedra basal del ciclo más exitoso en la historia de River. 

Hay que decirlo sin ponerse colorado: el arribo de Gallardo no despertaba mayores expectativas en los hinchas de River. Venía de Nacional de Uruguay, estaba dando sus primeros pasos como DT y su retiro con la camiseta del "Millo" tampoco había sido para tirar cohetes. 

Jean azul, saco gris, chaleco negro, corbata al tono. A su lado, Rodolfo D'onofrio. Mil preguntas y todas las dudas. ¿Cómo iba a hacer Gallardo para hacerle sombra a Ramón Díaz, el DT más exitoso de la historia de River?. De hecho, muchas de las preguntas que afrontó D'onofrio ese día fueron sobre la salida de Ramón y no sobre la llegada del Muñeco. 

Sin embargo, Gallardo no sólo superó a Ramón en lo cuantitativo y cualitativo (sumó 10 títulos contra 9, 7 de ellos Internacionales) si no que también fue el responsable de lograr lo que River necesitaba después de besar el lodo: reinventarse, renovarse y superarse. Gallardo fue el hacedor de un River que consiguió algo inédito para su historia: Respeto, casi temor, en todo el continente;  logró someter a Boca seguido (2 eliminaciones mano a mano, una final ganada en Mendoza y la final de la mismísima Copa Libertadores en Madrid) y logró acostumbrarse a ganar en el plano Internacional. 

Para cambiar la historia de River, Gallardo primero debió cambiar la suya propia. Casi como un pagaré persistente, el Muñeco fue cambiando cada una de las cosas que sufrió con los cortos. Supo sufrir la paternidad Xeneize, supo tragar las amarguras internacionales más allá de algún título ganado, y supo salir de la "sombra de"... Todo eso sin negociar un estilo de juego histórico de River, sazonado con jugadores con coraje y una mentalidad de acero que se fue forjando en las victorias, pero sobre todo en las derrotas. ¿Quién duda que aquella fatídica noche en Lanús fue clave para que después River pueda ganarle a Gremio en Brasil? 

Desde que llegó tomó decisiones fuertes. En 2014, la historia lo situó frente a un camino de dos salidas: O acelerar a fondo en el torneo local y ganarlo o apostar todo a derribar el karma-Boca y meterse en una final Internacional tras 11 años. El "Muñeco" no dudó y tomó la vía del Pasaporte. El destino lo premió: Eliminó a Boca con las mismas armas que Boca utilizó contra él cuando era jugador: Carácter y pierna fuerte. Además de algo de fútbol, por supuesto, y una cuota de suerte innegable. En el medio, perdió a su mamá y logró vencer a Atlético Nacional para ganar la Sudamericana. El primero de sus 10 títulos, el que definió lo que sería el ciclo Gallardo en River. 

En 2015 logró el gran objetivo de volver a conquistar la Copa Libertadores de América, antes debió demostrar, por primera vez, capacidad de resilencia. En Mendoza, en un partido de Verano, Boca le ganó 5-0. Lo aplastó. Lo humilló. Menos de un mes después, River ganó la primera Recopa de su historia, a San Lorenzo, definiendo de visitante.

Luego, en medio de un Monumental ahogado en Rivotril, todavía con el corazón palpitando por lo que había pasado entre Juan Aurich y Tigres y asimilando que se venía el Boca arrasador de Arruabarrena y Osvaldo, infló el pecho y dijo: "Que venga el que tenga que venir". Y lo eliminó. Le ganó 1-0 en el Monumental, en un partido de mucha pierna fuerte y dientes apretados y no lo dejaron completar la faena en La Bombonera. Después tocó jugar ante Cruzeiro, en Brasil, con la serie 0-1 por haber perdido en Buenos Aires. River dibujó su actuación más memorable del ciclo en el plano internacional: goleó 3-0 (y pudieron ser más) y se metió en las semis, 19 años después. Lo que siguió fue victoria ante Guaraní en semis y la final bajo el diluvio ante Tigres. Luego, el primer viaje a Japón para levantar la Suruga. Meses después, el Mundial de Clubes. Allí, un Barcelona de otro nivel no le dio chance y le marcó la clara distancia entre un equipo de "allá" y uno de "acá". Parecía el fin del ciclo, tras un año y medio de mucho éxito y cansancio. Pero el DT no se amilanó: "Vamos por más", clamó. 

En 2016, Independiente del Valle lo sacó de la Copa y hubo que ganar la Copa Argentina para jugar la Libertadores 2017 y lo hizo. Antes, había ganado otra Recopa, ante Independiente Santa Fe. 

En 2017, sin dudas, afrontó el año más duro: cambio de plantel, derrota durísima en semis ante Lanús, después de remontar un 0-3 en cuartos que había vuelto a ilusionar a todo Núñez y, a los pocos días, derrota ante Boca en un Superclásico cerrado 1-2. A los pocos días, final de Copa Argentina ante Atlético Tucumán: una vez más, después de un gran golpe, River lograba una gran alegría.

Y así llegó el 2018. El año más glorioso para Gallardo en River y de los más importantes para el club en su centenaria historia. Con la obligación de reinventarse, esquivando algunos cuestionamientos, con un equipo en un nivel bajísimo. Así llegó la final de la Supercopa Argentina, ante Boca, en Mendoza. Ganó River 2-0. Y Gallardo, con los ojos inyectados en sangre, aseveró: "Fue todo una estrategia. Jugamos dos meses muy mal para que ellos no supieran como jugábamos". A otro momento de zozobra, otro golpazo a favor. 

En algún momento después de ganar la final de la Copa Libertadores en Madrid, Gallardo aseguró: "La mejor medicina a una buena victoria es una derrota". Y aquella 2-4 en Lanús, por semi de Copa Libertadores 2017, fue vital para rearmar a River en la Copa 2018. Vital para tener el carácter para afrontar las series ante Racing e Indepediente y para creer que ante Gremio se podía. Tras caer 0-1 ante Gremio como local en semis de la Copa 2018, y cuando otra vez una sombra se apoderaba del rostro de los hinchas de River, el DT obró de psicólogo de los hinchas de River, a los que siempre supo interpretar y a los que siempre supo qué, cómo y cuándo hablarles. Esta vez no fue la excepción: "Que la gente crea, porque tiene con qué creer". Así acuñó la frase que define su ciclo, que casi que se podría transformar en un slogan y la palabra que lo resume: creer. 

Lo que sigue, los hinchas de River se lo saben de memoria. Victoria agónica en Porto Alegre ante Gremio y final ante Boca. El Muñeco no pudo estar en ninguna de las dos finales de Copa Libertadores que ganó. En el caso de la de Boca, en ninguno de los dos partidos. Incluso, no pudo estar ni en La Bombonera. El primer chico fue empate, con un River que exhibió una pegada justa para empatar en dos ocasiones y una mentalidad de acero para no dejarse llevar en medio del 2-1 abajo y la efervescencia Xeneize.

En el Monumental, Gallardo salió a cantar bajo la lluvia y a mojarse del entusiasmo de los hinchas. Luego, la final se mudó a Madrid y el Muñeco prometió "defender a los hinchas dentro de la cancha" y una vez más, cumplió. River le ganó 3-1 a Boca en el alargue. Los goles los marcaron Lucas Pratto, su gran apuesta; Juan Fernando Quintero, a quién supo llevar; y el Pity Martínez, a quién ayudó a cambiar silbidos por ovaciones. No hay mejor resumen, tal vez.

El Mundial de Clubes fue una desilusión desde los resultados, pero nada empañó la fiesta. Gallardo, el mismo que llegó envuelto en un mar de dudas, se convirtió en el capitán de un Trasatlántico que surcó los 7 mares y llegó hasta Japón, como canta la hinchada y hasta se dio una vuelta por Madrid y el desierto de Dubai.

Decidió quedarse en 2019, luego de su acostumbrada evaluación de fin de año. Arrancó el año antes que nadie, con tres derrotas al hilo que lo dejaban afuera de todas las copas. En tres meses, logró reinventar nuevamente a su equipo: terminó cuarto, consiguió el pasaje al Repechaje de la Copa Libertadores 2020, se fue en cuartos de la Copa de la Superliga por el gol de visitante y se quedó con otra Recopa, la más difícil de las tres, ante un Athletico Paranaense aguerrido.

Así, redondeó 10 títulos en 5 años: un promedio matemático de dos por año, impresionante. Números que ni Ramón Díaz logró tener. Y, en tren de comparaciones, que ni Ramón, ni Carlos Bianchi, habían logrado a tan temprana edad. Una carrera que parece no tener techo y que, en su curriculum, deberá poner no tanto los títulos, si no una realidad: Gallardo logró que River sea otro River. Gallardo es el Kafka de Núñez, el culpable de su metamorfosis. El hombre que le mutó el ADN para mejor, que lo hizo pisar fuerte en terrenos dónde siempre entró pisando despacito, para no resbalarse. No le cambió la cara, lo transformó por completo.

Eso vale más que cualquier título y eso perdurará más que cualquier alegría, incluso, la de Madrid. Porque cuando pasen los años, y la victoria en el Bernabéu se añeje habrá que ir a buscar al padre de la criatura. Y ese será, por siempre, Marcelo Gallardo.